El lobo blanco y el lobo negro: ¿Cuál alimentas tú?

Hace mucho, mucho tiempo, en una aldea rodeada de montañas y bosques interminables, un sabio anciano se sentó junto al fuego con su nieto. Las estrellas brillaban en el cielo, y el crepitar de la leña acompañaba el silencio que sólo los corazones abiertos saben escuchar.
El niño, curioso por comprender el mundo y a sí mismo, le pidió a su abuelo que le hablara de la vida.

El anciano, con voz serena y profunda, le dijo:

“En nuestro interior, hijo mío, se libra una batalla constante, una lucha que existe en todos los seres humanos. Es como si dentro de nosotros vivieran dos lobos.”

“Uno es oscuro: está lleno de ira, envidia, tristeza, codicia, resentimiento y miedo.
El otro es luminoso: rebosa amor, alegría, paz, generosidad, verdad, compasión y esperanza.”

El niño, con los ojos muy abiertos, pensó durante un momento y preguntó:
“¿Y cuál de los dos lobos gana, abuelo?”

El anciano sonrió, miró al fuego, y con infinita ternura respondió:
“El que alimentas.”

 

Esta historia, tan sencilla como poderosa, nos habla de una verdad que, aunque a menudo olvidamos, rige silenciosamente nuestra vida: nuestra atención es el alimento de nuestra realidad emocional.

Cada pensamiento que repetimos, cada emoción a la que nos aferramos, cada historia interna que reforzamos… es una semilla que estamos regando. Y tarde o temprano, esas semillas germinan. Se convierten en emociones predominantes, en actitudes, en maneras de estar en el mundo.

La pregunta clave no es qué emociones sentimos, porque todos —absolutamente todos— experimentamos tanto la luz como la sombra en nuestro interior.
La verdadera pregunta es: ¿qué hacemos con esas emociones? ¿A cuáles les damos espacio, voz y poder?

Muchas veces no nos damos cuenta de que estamos alimentando al lobo negro. No lo hacemos porque queramos vivir tristes o enojados, sino porque nos resulta familiar, automático.
Nos dejamos llevar por la queja constante, por el juicio hacia nosotros mismos y hacia los demás, por el miedo que nos paraliza, por la culpa que nos encadena al pasado.

Sin embargo, también podemos elegir conscientemente alimentar al lobo blanco. Y no me refiero a negar las emociones negativas, ni a caer en un optimismo ingenuo o tóxico.
Alimentar al lobo blanco es reconocer lo que sentimos, pero decidir conscientemente a qué le damos más peso, más energía, más vida.

Significa detenernos a agradecer, aunque sea por algo pequeño.
Significa cultivar la paciencia, incluso cuando todo dentro de nosotros nos empuja a reaccionar impulsivamente.
Significa reconocer el error propio sin caer en la autoflagelación.
Significa confiar en la posibilidad de un futuro mejor, aunque hoy no podamos verlo claramente.

Cada día, casi en cada momento, tenemos la oportunidad de elegir. Y en esa elección cotidiana se forja nuestro bienestar emocional, nuestra resiliencia, nuestra manera de habitar el mundo.

¿A qué lobo estás alimentando hoy?

Quizás no podamos evitar sentir miedo, enojo o tristeza en ciertos momentos. Pero sí podemos evitar que esas emociones gobiernen nuestras vidas. Podemos observarlas, comprenderlas y luego, suavemente, volver nuestra atención hacia aquello que queremos fortalecer.

Porque, al final, la historia que nos contamos a nosotros mismos tiene el poder de definir nuestra vida.

Así que te propongo un pequeño ejercicio para alimentar al blanco: Todos los días, antes de dormir, haz una pausa y anota tres cosas positivas que hayas experimentado o hecho ese día, por pequeñas que sean: un momento de paz, un gesto amable, algo que te hizo sonreír. Al hacerlo, estás alimentando al lobo blanco. Este simple ejercicio, aunque parece pequeño, tiene un gran poder. Con el tiempo, empezarás a notar cómo el lobo blanco se hace más fuerte, y cómo tu vida se llena de más luz, amor y calma.

Publicaciones Similares