por qué cuesta tanto tomar decisiones

Tomar decisiones es una de las habilidades más cotidianas y, al mismo tiempo, más desafiantes que enfrentamos como seres humanos. Desde qué desayunar por la mañana hasta si debemos cambiar de trabajo o terminar una relación, nuestras vidas están compuestas por una serie continua de elecciones. Algunas pequeñas, otras que pueden cambiar el rumbo de nuestra historia.

Pero, ¿por qué, si decidir es tan natural, muchas veces se siente como una carga tan pesada?

El miedo detrás de cada elección

La raíz de la dificultad para tomar decisiones suele estar en el miedo. No siempre lo llamamos así, pero ahí está: miedo a equivocarnos, a arrepentirnos, a no estar a la altura de lo que decidimos, o incluso miedo a perdernos lo que no elegimos. Esto último tiene nombre: el famoso FOMO (Fear of Missing Out), o miedo a perdernos de algo mejor.

En muchas ocasiones, confundimos la toma de decisiones con la obligación de predecir el futuro. Queremos garantías, certezas, promesas de que si tomamos el camino A, todo saldrá bien. Pero la vida no funciona así. Y tal vez por eso, a veces preferimos quedarnos en la duda, en la indecisión, pensando que así evitamos el error… aunque en realidad, también estamos evitando avanzar.

No todas las decisiones pesan igual

No es lo mismo elegir qué serie ver esta noche que decidir mudarse a otro país. Por eso, es importante distinguir entre los tipos de decisiones:

  • Decisiones reversibles: Son aquellas que pueden deshacerse o corregirse fácilmente. Por ejemplo, probar una nueva app o pedir un plato distinto en un restaurante. Estas no deberían consumir mucha energía mental.
  • Decisiones importantes pero no urgentes: Cambiar de carrera, terminar una relación, invertir dinero. Este tipo de decisiones requieren reflexión, pero muchas veces las postergamos tanto que se transforman en urgencias.
  • Decisiones vitales: Las que tienen un impacto profundo en nuestro bienestar y proyecto de vida. Aquí el miedo es natural, pero también lo es la necesidad de actuar desde nuestros valores y no desde el temor.

Saber en qué categoría está cada decisión nos ayuda a dimensionarla y no darle un peso emocional innecesario a cosas pequeñas.

Una herramienta práctica: la matriz de decisiones

Cuando te sientas paralizado frente a una decisión importante, puedes usar esta herramienta sencilla pero poderosa: La matriz de decisiones de 2×2. Así funciona:

  1. Toma una hoja y dibuja una tabla con 4 cuadrantes.
  2. En las filas, escribe dos posibles decisiones (por ejemplo: “quedarme en el trabajo” / “buscar otro empleo”).
  3. En las columnas, escribe los criterios importantes para ti (por ejemplo: “bienestar emocional”, “crecimiento profesional”, “estabilidad económica”, “oportunidades de crecimiento”, “tiempo libre o flexibilidad”.
  4. Luego, puntúa del 1 al 5 cómo crees que cada opción responde a cada criterio.

Esto te permitirá ver con claridad cuál decisión se alinea mejor con lo que realmente te importa, en lugar de quedarte atrapado en el miedo o en lo que otros esperan que hagas.

Extra: No te castigues por lo que no salió como esperabas

Un punto clave —y muchas veces olvidado— es el arrepentimiento. A veces, con el paso del tiempo, miramos atrás y pensamos: “Tomé la decisión equivocada”. Pero es injusto juzgarnos con la información y la perspectiva que tenemos hoy.

Las decisiones no se toman con certezas absolutas, se toman con lo que tenemos en el momento: nuestros conocimientos, nuestras emociones, nuestras circunstancias. Si en ese instante actuaste con sinceridad, con lo mejor que sabías y podías… entonces fue la mejor decisión que podías haber tomado en ese momento.

El crecimiento personal incluye aprender, y aprender muchas veces significa mirar atrás y ver lo que ahora haríamos distinto. Pero eso no es fracaso. Eso es evolución.

Decidir es un acto de valentía

No hay decisiones perfectas. Incluso cuando elegimos con cuidado, podemos equivocarnos. Pero lo cierto es que no decidir también es una decisión… y muchas veces, la que más nos aleja de quienes queremos ser.

Tomar decisiones es confiar. En ti, en tu intuición, en tu capacidad de adaptarte incluso si el resultado no es el que esperabas. Porque al final, lo que define una buena vida no es nunca haberse equivocado, sino haber vivido desde la coherencia y el coraje.

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